viernes, 8 de abril de 2016

Poeta 333: Carlos Illescas


CARLOS ILLESCAS

Poeta, ensayista  y guionista guatemalteco nacido en Valle de Asunción en 1918. Gracias a la educación cultural recibida durante su niñez, se inclinó desde muy joven hacia el oficio literario, fundando, junto a Augusto Monterroso, la Revista Acento, desde donde defendió la renovación política y literaria de su país. Perteneció a la generación de poetas de los años 40, caracterizada por difundir  los grandes autores europeos y suramericanos. En 1954, su rebeldía frente al gobierno totalitario de su país, lo obligó a exiliarse en México donde vivió el resto de su vida, produciendo allí la mayor parte de su obra. Fue jefe del Departamento de producción de Radio UNAM,  director de colecciones poéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México  y docente del Centro universitario de estudios cinematográficos de la misma universidad. Además, años más tarde, colaboró como consejero y agregado de prensa de la Embajada de Guatemala en México. Parte de su extensa obra está contenida en las siguientes publicaciones: "Cuadernos. Friso de otoño" 1958;"Ejercicios" 1959; "Los cuadernos de Marsias" 1973; "Manual de simios y otros poemas" 1977; "El mar es una llaga"1979; "Fragmentos reunidos" en 1981; "Requiem del obsceno" 1982; "Usted es la culpable" 1983; "Llama de mí" 1984 y "Palabra en tierra" 1997. Entre los galardones recibidos se destacan: Premio Xavier Villaurrutia 1983  y Orden Miguel Ángel Asturias 1997. Falleció en la ciudad de México en 1998.


POLVO ENAMORADO

                                               A Roberto y Cuca
                                    A la sombra de Brahms

                                                Lo arroyos puros
             se adormecen al son del llanto mío,
     y, a su modo, también se duerme el río.
                                              Al sueño, Quevedo


Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo,
entre las olas solo, la agonía.
Llamó a mi puerta solo el mar un día;
pero entendí la noche que produjo.

Entre las altas ondas me condujo,
llama de sombra, su melancolía;
y aquella blanca nave sólo mía,
a ser ajena noche se redujo.

Hoy que lo entiendes, dime amor cuál río,
camino en movimiento, es quien me nombra
en olas tristes que tu arena apura.

Responde con pasión al labio mío
antes que al río el mar un día, sombra
conceda. Y a tus ondas sepultura.

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