lunes, 2 de noviembre de 2015

Comentario de P. Franco SJ para el 01 de noviembre


FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

1 Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron,
2 y él comenzó a enseñarles diciendo: La dicha verdadera ("Bienaventuranzas")
3 “Dichosos los que reconocen su pobreza espiritual, porque suyo es el reino de los cielos.
4 “Dichosos los que sufren, porque serán consolados.
5 “Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra que Dios les ha prometido.
6 “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos.
7 “Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos.
8 “Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.
9 “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
10 “Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque suyo es el reino de los cielos.
11 “Dichosos vosotros, cuando la gente os insulte y os maltrate, y cuando por causa mía digan contra vosotros toda clase de mentiras.
12 ¡Alegraos, estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa! Así persiguieron también a los profetas que vivieron antes que vosotros.

¿Es tu fiesta? ¿es la mía?
La santidad ¿qué es?
Vale la pena empezar por estos interrogantes ante los que nos sitúa esta celebración litúrgica. Este cuestionamiento nos lo plantean las vidas de algunos cristianos que se han tomado en serio completamente el cristianismo y se han esforzado por llegar al límite.

Esta consideración nos abre a nuevas preguntas: ¿cualquiera puede aspirar a ser santo? Y la santidad ¿es una meta a la que vale la pena aspirar? ¿es un ideal apetecible?

Se trata en buena cuenta en preguntarnos a nosotros mismos ¿en qué vale la pena gastar a vida? ¿cómo quiero vivir? ¿cuál es para mí la mejor manera de existencia?

Dejemos atrás ya tantas preguntas para entrar en el tema. Es verdad que para muchos cristianos, y aún me atrevería a decir para la mayor parte de los cristianos, la santidad es algo muy hermoso, pero a la vez piensan que eso está reservado para algunos, muy pocos, que tienen vocación de héroes. De alguna forma parecida que cuando uno admira a un atleta que ha hecho una proeza inimaginable, uno mismo se descarta (yo no sirvo para eso). De igual manera admiramos a los que han llegado a alturas inaccesibles en las artes o en las ciencias. Y pensamos que se trata de personas que han nacido para ser prodigio, que tienen genes especiales.

De esa misma forma pensamos a veces en los santos y en la santidad: eso está reservado para algunas personas que han nacido con unas características muy especiales y por eso han subido de esa forma a la escala de la virtud heroica. Así que de esa manera nos descartamos, pensando que eso es demasiado para nosotros que no hemos nacido para eso.

A esto además se añade otra cosa; no pensamos que la santidad sea una forma de vida a la que valga la pena aspirar. Me basta con ser buena gente. Decimos que exagerar nunca es bueno. Y que es buena una vida recta, pero concediéndome algunas vacaciones de la misma rectitud. El lema de algunos: no exagerar, no llamar la atención, ser normales, evitar el radicalismo.

Así que, a mi parecer, hay dos pensamientos que nos sacan de la aspiración a la santidad; el pensar que no he nacido para eso, que para eso hace falta tener una personalidad especial y la segunda es que la santidad no es la mejor meta para mi vida, me basta con la medianía.

Pero creo que esas dos respuestas no tienen valor. Porque en primer lugar el Evangelio y sus metas están propuestos para cada cristiano, para todos. Y además la santidad es la mejor forma de vida a la que cada persona puede aspirar; en la santidad se llega a alcanzar la paz interior serena que es lo que también se llama felicidad.

Otro asunto a considerar, importante, es aclarar el concepto de santidad. No confundirlo con el misticismo ni con la tortura. La santidad brevemente se puede definir como vivir amando y sirviendo en todo, a Dios y a los hermanos. También como hacer perfectamente incluso las cosas pequeñas. La santidad es el logro de eliminar el EGO que además es en el fondo nuestro peor enemigo. La santidad es atreverse a ser bienaventurado con la felicidad prometida a cada una de las bienaventuranzas.

Basta poner nuestra buena voluntad, para marchar en esa  dirección; Dios estará siempre dispuesto para llevarnos hasta la meta.

Esta fiesta de Todos los Santos nos cuestiona y nos invita a vivir plenamente la vida que tenemos en nuestras manos con la gracia de Dios.

Adolfo Franco, SJ