viernes, 31 de enero de 2014

Poeta 223: José Emilio Pacheco


JOSÉ EMILIO PACHECO

Nació en Ciudad de México el 30 de junio de 1939. Estudió en La Universidad Nacional Autónoma de México. Su obra fue reconocida muy pronto y desde la década de los cincuenta ya figuraba en antologías al lado de los grandes poetas de Latinoamérica. Además de haber publicado poesía y prosa y de ejercer una magistral labor como traductor, trabajó como director y editor de colecciones bibliográficas y diversas publicaciones y suplementos culturales. Dirigió, al lado de Carlos Monsiváis, el suplemento de la revista Estaciones; fue secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México. Dirigió la colección Biblioteca del Estudiante Universitario y fue docente en diversas universidades del mundo e investigador del INAH. Perteneció a la generación de los años cincuenta, integrada también por Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Sergio Galindo y Salvador Elizondo. Pacheco fue profesor en la UNAM, en la Universidad de Maryland (College Park), en la Universidad de Essex, y en algunas otras de Estados Unidos, Canadá, y Reino Unido. Recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Alfonso Reyes, del El Colegio de México. Murió el 26 de enero de 2014.

EL FUEGO

En la madera que se resuelve en chispa y llamarada
luego en silencio y humo que se pierde
miraste deshacerse con sigiloso estruendo tu vida
Y te preguntas si habrá dado calor
si conoció alguna de las formas del fuego
si llegó a arder e iluminar con su llama
De otra manera todo habrá sido en vano
Humo y ceniza no serán perdonados
pues no pudieron contra la oscuridad
tal leña que arde en una estancia desierta
o en una cueva que sólo habitan los muertos

ARBOL ENTRE DOS MUROS
De Los elementos de la noche

Sitiado entre dos noches
el día alza su espada de claridad:
mar de luz que se levanta afilándose,
selva que aísla del reloj al minuto.

Mientras avanza el día se devora.
Y cuando toca la frontera en llamas
empieza a calcinarse. De tu nombre
brotan la luna y su radiante armada,
islas que surgen para destruirse.

Es medianoche a la mitad del siglo.
Resuena el huracán, el viento en fuga.
Todo nos interroga y recrimina.
Pero nada responde.
Nada persiste contra el fluir del día.

Al centro de la noche todo acaba
y todo recomienza.
En la savia profunda flota el árbol.
Atrás el tiempo lucha con el cielo.
El fuego se arrodilla a beber rescoldos.
La única luz es la que da el relámpago.
Y tú eres la arboleda
en que el trueno sepulta su rezongo.

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